Ángel Bea
“El pan nuestro de cada día, danóslo hoy…” (Mt.6.11)
Del reconocimiento de Dios y el deseo porque su reino “venga a nosotros”, Jesús pasa a las peticiones por nuestras necesidades básicas. El pan representa las necesidades esenciales de nuestra vida. Las palabras de Jesús, “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios…” no anulan nuestras necesidades materiales, sino que las confirman; pero las espirituales tienen prioridad. Fue Jesús quien dijo: “Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas os serán añadidas” (Mat.6.33).
Sin embargo, con las peticiones materiales no estamos dejando de adorar a Dios, puesto que en principio, reconocemos que Él es el dador de todo bien y el que nos provee de todo cuanto necesitamos para la vida. (Hch.14.16-17). Luego, al decir “el pan nuestro de cada día”, queremos volver a señalar que no es el “pan mío” solamente, puesto que no vivimos solos, sino en comunidad.
Por tanto, es también el pan de mis (nuestros) hermanos, por los cuales también pedimos. Ignorar esta verdad y realidad, es ignorar el consejo de Dios respecto de nuestra dependencia mutua, unos de otros, además de la dependencia de Dios. Hace años me contaba un pastor amigo, que no estaba ejerciendo en ese tiempo como tal, que asistía con su esposa a una iglesia, donde también asistían unos creyentes inmigrantes, que necesitaban ayuda temporal para su subsistencia. Pero, al parecer, en aquella congregación “no había recursos económicos” para ayudar con lo que aquellos hermanos necesitaban. Sin embargo, al cabo de un par de años, se comenzó la construcción de un gran “templo” para dicha congregación. Pronto, mis amigos dejaron aquella iglesia, por descubrir que allí faltaba lo esencial: El amor. Ya lo dijo el Apóstol Juan, entre otros: “pues el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón ¿cómo
mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra, sino de hecho y en verdad” (1ªJ.3.16-18) Por tanto, ningúna de nuestras obras, por muy valiosas que sean, serán apreciadas por el Dios y Padre cuando se deja atrás el mandamiento esencial del amor al prójimo.
Todo esto nos hace pensar que “el pan de cada día”, Dios lo proporciona, en muchas ocasiones, por medio de los hermanos y hermanas de la fraternidad cristiana. Tal ejemplo lo tenemos en los primero capítulos del libro de Hechos, y en otras partes de las Escrituras.
Por otra parte, los términos “cada día” y “hoy”, nos enseñan que hemos de vivir el día a día dependiendo de Dios con lo necesario, pues como dijo el Apóstol Santiago: “No sabéis lo que será mañana” (St. 4.14). Porque es posible tener abundancia creyendo que estamos seguros y que tenemos “muchos bienes guardados para muchos años”. Pero la gran sorpresa podría venir cuando, en medio de nuestra falsa seguridad se presenta algún contingente inesperado y sobre el cual no tendríamos control alguno, como también nota Jesús en la parábola del rico necio. A éste, le habían producido tanto sus cosechas que edificó graneros más grandes para albergar el grano obtenido. Y satisfecho como estaba con todo cuanto había ganado, puso su confianza en la seguridad que le daban sus riquezas. Pero no cayó en la cuenta de que su final estaba más cerca de lo que había pensado. Fue el Señor quien, advirtiendo sobre la codicia, añadió: “Necio, esta noche vienen
a pedir tu alma; y lo que has guardado, ¿Para quién será?” (Luc.12.19-20).
Parte de esta advertencia la hemos visto en el pasado reciente, cuando muchos millones de españoles fuimos sorprendidos con la gran crisis económica que sobrevino casi repentinamente, y que ahora se repite, en parte, con la llegada de la pandemia que aun padecemos. Con razón dijo el apóstol Pablo que no había que confiar en “las riquezas, las cuales son inciertas” (1ªT.6.17). Es por esa razón que, la dependencia de Dios no debe darse sólo cuando tenemos necesidad, sino también cuando aparentemente no la tenemos y todo parece irnos bien. “Cada día” es cada día y hace referencia a una dependencia continua de Dios nuestro Padre, a lo largo de nuestra corta o larga vida, tanto “en las duras como en las maduras” (Filp. 4.11-13, 19). La razón no es que unas veces estemos necesitados de Dios y otras no. En realidad cada uno de nosotros somos unos necesitados de Dios, tanto si tenemos lo suficiente, como si tenemos escasez.
Por otra parte, la petición sobre nuestra necesidad de lo esencial, como es la comida diaria, a veces podría ser interferida por aquellos que teniendo un poder excesivo acumulado, se lo reservan para sí, incurriendo en la injusticia de privar a los demás de lo esencial. Quizás muchos de nosotros no lo suframos de forma directa, dado que vivimos en una sociedad occidental en la cual el nivel de vida es medio alto. Pero hemos de pensar en aquellos miles y miles de creyentes en muchos lugares del Planeta (incluido también nuestro país) que piden al Padre “el pan nuestro de cada día” y sin embargo, por lo dicho anteriormente, no lo reciben a tiempo y acorde con su necesidad. En tal caso, no es que Dios no quiera dárselo, sino que seres humanos perversos interfieren para que la voluntad bondadosa de Dios no se cumpla.
Santiago hace referencia a esto precisamente, cuando denunciando a los ricos que amasan fortunas a costa de las necesidades de los demás, escribió: “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán (…) Eh aquí, clama el jornal de los trabajadores que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia”. (St.5.1-6).
Las palabras de Santiago, no niegan la validez y eficacia de la oración, “el pan nuestro de cada día, dánosle hoy…” Pero sí ponen de manifiesto la gran tensión que hay en la vida de los creyentes, por esa guerra desatada entre el mundo egoísta e inmisericorde, que vive de espaldas a Dios y todos aquellos que queremos hacer la voluntad de Dios.
Ante esa realidad, el Señor nos pide que seamos fieles, pues “a su tiempo segaremos si no desmayamos”; O, como dice en otro lugar: “Estad así firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1ªCo.15.58); Y, en otro lugar dice: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre…” (Heb.6.10).
Termino diciendo que las pruebas que se presentan en la vida del creyente, no anulan la realidad de la vida del Señor en nosotros y sus promesas, las cuales se cumplirán, sí o sí… ¡Porque todas las promesas de Dios son en él sí; y en él amén!